20080424

Basura tóxica


El diablo no siempre viste a la moda, pero va en tacones. Lo suyo no es llevar un modelón que ensombrezca a cualquier diseñador de fama reconocida, porque prefiere más bien un corte hermético, ejecutivo y de poco vuelo, que se adhiera con facilidad a su anatomía de venada. La consigna es adquirir la suficiente agilidad para atravesar de palmo a palmo las oficinas de todo el piso. Ya sea en pantalones oscuros de seda o en faldas tubo, jamás se despega de los tacones. Los necesita. Tal vez porque otro de sus requerimientos internos es estar por sobre los demás empleados a su cargo y, de no ser por los tacones, su cuello estaría condenado a una tortícolis permanente. Sus pocos centímetros de estatura los compensa con su inclemencia, y tampoco hacen justicia para ir de la mano con su autoridad. Porque gracias a ella, se sostiene el emporio del tabloide más vendido y más vapuleado por el jet set. Y eso es sólo el principio.

Cuando llega a casa, Lucy Spiller no tiene a nadie que la despoje de los tacones. Todos los frentes familiares se encuentran clausurados. A esas alturas se le deben haber formado sendas ampollas en el empeine de los pies, y lo que le duele más no es saberse sola, sino también seca. En medio del huracán de reconocimientos profesionales y financieros, el estigma de la insatisfacción está siempre presente a flor de piel, por debajo de sus senos huérfanos. La cópula es siempre un vano intento de fortalecer el torrente de frigidez que se le acumula entre las piernas, y los amantes son sólo billetes sin número de una lotería falaz, que jamás le concede el premio mayor. El orígen de su problema es una ironía del destino. No tiene que saldar cuentas con su consciencia, porque la perdió cuando vendió su alma a sí misma, apostando por el sensacionalismo y en la destrucción peyorativa de las estrellas multimediáticas. Lucy Spiller alcanza ventas astronómicas, pero no alcanza el orgasmo. Al menos no con segundas ni terceras personas. Tiene que tomar las riendas por sí misma, como todos los asuntos de su vida. Para ello posee un extraño aparato eléctrico de color negro, similar a una rasuradora, en el primer cajón de su mesa de noche. Con él, evoca los opacos desencuentros. Es una criatura autosuficiente, casi tanto como Chris Hargensen, aquella adolescente contestataria de "Carrie", la novela de Stephen King (más no la película de Brian de Palma, que mutiló dicha condición del personaje, interpretado brillantemente por Nancy Allen).

La segunda burla del destino ocurrió al poco tiempo de convertirse en ama y señora de las publicaciones del mismo género. Pasó de perseguidora a perseguida, al enamorarse de Holt McLaren, la estrella de Hollywood más escandalosa del momento. Incapaz de ponerle fin al deseo que la arañaba por dentro, Lucy Spiller prolongó aún más sus sesiones nocturnas con aquél remedo de rasuradora. Y debió estropeársele porque, en un arranque de traición hacias sus propios principios, acabó con el tormento que carcomía su estabilidad. Se doblegó entre las sábanas con el efebo de pectorales esculpidos, que además acababa de protagonizar una película de David Fincher. Desgraciadamente, Lucy jamás volvió a ser la misma. Todo aquél circo muy bien montado a su alrededor, ese despliegue técnico y argumental que convirtieron a su historia en una de las más incandescentes durante mis ratos de ocio cuasi obligado y ritual, se resquebrajó en los primeros capítulos de su segunda temporada. Aunque el golpe de gracia se lo había asestado, un tiempo atrás, la huelga de escritores estadounidenses, que finiquitó la otra mitad del argumento, tras siete insípidas emisiones.

Quizás nada me resulta más reconfortante que seguir las andanzas de una arpía al alcance de la mano, es decir, una villana doméstica, televisiva. Sobretodo cuando las aventuras de una mujer demonio están bien articuladas, y la voracidad y falta de escrúpulos del personaje traslucen el talento de sus respectivos guionistas. En un medio tan esquemático y funcional como el de la televisión, contar con un personaje impúdicamente bien construído implica la inmediata adicción del televidente, llamésmole teléfago, como en mi caso. El ejemplo más claro de esta tendencia lo constituye, por derecho propio, Nancy Botwin (interpretada por la resucitada Mary-Louise Parker), protagonista de 'Weeds', otra de las series de cable que valen su peso en oro. Sin embargo, cuando se trata de una villana, las emociones van y vienen por partida doble. Sino, que tomen la palabra toda esa pléyade de villanas incombustibles de las telenovelas de la Rede Globo.

Cuando DIRT, la serie de la que me ocupo, se estrenó en la televisión norteamericana hace más de un año, la crítica se dividió. La mayor parte se inclinó por recriminar la frivolidad de su línea argumental. Yo me encontraba en la trinchera de los partidarios. Desde un primer momento, encontré más que correcta la puesta en escena y sobretodo aquella forma vertiginosa en que se iniciaba y concluía cada capítulo, amén de un excelente guión, que relucía además inusitados tintes surrealistas, como el personaje de Don Konkey, un esquizofrénico paparazzi que hablaba con las paredes, con los cadáveres y hasta con su gato. No obstante, tamaños índices de calidad quedaron sepultados en el olvido tras el tempestuoso final de la primera temporada, que por poco acaba con la suerte de la anti-heroína (Courteney Cox en un papel similar al que interpretó en la saga "Scream").

Por desgracia, durante la segunda temporada, las cosas jamás llegaron a buen puerto. Los nuevos capítulos parecían obsoletos y el argumento batallaba entre la improvisación y la carencia del brío de sus antecesores. Hoy por hoy, los siete capítulos filmados antes de la huelga de escritores finalizaron la temporada de forma intempestiva, atando los cabos sueltos que interesaban al público, y que constituían el nudo orgánico de su complejidad. La feliz consolidación del romance entre Lucy Spiller y Holt McLaren, la muerte de Brent Barrow, la cura definitiva de la esquizofrenia de Don Konkey, la muerte de la madre de Lucy y la solución a sus traumas infantiles, y el término del breve romance entre Willa y Farber sepultan de por sí cualquier vestigio de continuidad en el universo dramático de "Dirt". Los pobres índices de audiencia recolectados a lo largo de los últimos siete capítulos son testimonio suficiente para un nicho en el cementerio de series de televisión. ¿Resucitarán los ejecutivos de FX las cenizas de una serie que traicionó a sus seguidores incondicionales, elaborando nuevos personajes, nuevos giros dramáticos, nuevos invitados de lujo y nuevos tacones para Lucy Spiller? Lo más probable es de que no.

2 comentarios:

Rain dijo...

Cuando una serie, un film, un libro, motivan a escribir algo que extrae lo mejor de uno, enhorabuena. Albricias.

Me entero que esta serie la dan los miércoles. Dime ¿la siguen emitiendo?
¿ayer la pasaron?. Casi no veo Fox, creo que por los doblajes. Pero si está en el idioma original, será ideal verla.

Hay villanos emblemáticos: me ha llamado la atención que en este caso, la protagonista, el personaje central sea una mujer que se mueve en los caros pantanos del glamour editorial. De veras, me ha interesado mucho, mas sobretodo por la manera en que has escrito sobre Dirt.

¡Chao!

Anónimo dijo...

Mucha gente estudia cine y escribe en el subnivel de lo básico.
Muchacho, estás muy bien.

Rocco.