20080419

Todo escapa

Me he quedado estancado. Ese es uno de los problemas a la hora de elegir no un relato plurilateral, sino recurrente, de varios personajes. Nunca soy mezquino con ninguno de ellos. Todos son importantes, y la línea espacio-temporal de la narración se rige por las motivaciones propias a ellos mismos, salpicando nombres propios, hechos, épocas y pasajes de la vida de cada uno por doquier, sin un criterio aparente para el lector, al menos al principio. La estructura es episódica, y empezar a escribirlo de este modo es dificílisimo. Se me ocurrió escribirlo todo de un modo linealmente convencional y empezar a sezgar y distribuír los capítulos, aislándonos por doquier, como un puzzle enfermizo que apaciguaría mis ansias de poderle punto final cuanto antes.

Sin embargo, aquél criterio mutilaría mi función de lector primigenio. No puedo evitar dirigir también el modo en que debe ser leído. Los capítulos pueden diseminarse en el espacio-tiempo, pero los cabos deben atarse con pistas interconectadas, de manera que el lector, además de poder ejercer el buen juicio, determine por sí mismo las pistas colocadas sin intención aparente, para poder recolectarlas todas por lo menos hacia la mitad del libro. Claro que la determinación del destino de los personajes tiene mucho de sorpresa, es un secreto tremendo, muy bien guardado, pero la finalidad es que no sea gratuito, pues lo natural de la tragedia, que jamás revelaré, debe estar justificada. De no ser así, resultaría jalado de los pelos, y el relato se consumiría en un lodazal de intenciones a medio camino.

Los problemas podrían resolverse bajo el manoseado recurso del deux est machina, pero no soy Woody Allen, y no estoy escribiendo un guión, sino un libro. Antes de sentarme a escribirlo, me planteé el mismo proceso al que suelo recurrir cuando escribo un guión. Trazar un gran mapa situacional, con personajes, fechas y hechos, para evitar ir a ciegas. Antes no lo hacía. Me acostumbré a escribir sin soportes dramáticos ni previsiones de ningún tipo, desconocía las técnicas, porque tampoco tuve formación alguna, empecé a escribir por pura necesidad, por vicio, por las ansias de crear y moldear historias que no fuesen las mías propias. Fue una válvula de escalpe a la cual tuve que ponerle una brújula.

Jacqueline Susann fue mi primera heroína literaria, mucho antes que el resto. Esta mujer no poseía una técnica notable, y hasta he llegado a pensar que su estilo no provenía de ella misma, sino de su editor. En algunas biografías se aseguró que el manuscrito original de "Valley of the dolls" estaba tan mal redactado que su editor pasó dos meses reescribiendo el texto. Sin embargo, el relato orgánico, las motivaciones y el curso trágico de los personajes ya estaban allí. Jacqueline Susann, para Gore Vidal, no era una escritora, sino una mecanógrafa. Esto es reconocible hasta cierto punto. La mujer era una fuente inacabable de glamour y chicas descarriadas. Yo creo que le hubiese ido mejor escribiendo guiones televisivos en vez de libros. Sin embargo, resultan perecederos, y desde siempre han sido contemplados, al menos por mi, como frutos de la dedicación y el esfuerzo de una mujer que se sabía enferma de cáncer y con poco tiempo de vida. Su lectura continúa siendo un deleite de folletín y engordan como el mejor mantecado, repleto de empalagos tóxicos.

El caso es que Jackie solía escribir en una máquina IBM color rosa chicle, y en su estudio, además de la máquina, tenía una gran pizarra con tizas de colores, que le servían para trazar la línea argumental y el devenir de sus criaturas. Esto, hasta para ella, a quien los académicos jamás consideraron como una auténtica escritora, resultaba de vital importancia. Por eso me aventuré a hacer lo mismo, no en una pizarra, sino en un cuaderno de tapa turqueza, que me compré cuando fracasé en mi intento de fungir de profesor de inglés en un instituto de poca monta. No obstante, bosquejar los cabos de la historia no lo es todo. Las circustancias escapan y, como ahora, me hacen imposible continuar. Por eso no borraré nada. La única costumbre meramente positiva que adquirí en el poco tiempo que he venido avocándome tan sólo a escribir es a deshacerme de esa manía de escribir y borrar, escribir y borrar, o reescribir así tenga escritos 50 folios. Sea como fuere, estoy más que preparado para lo que haya de venir.

1 comentario:

Rain dijo...

Es tu tiempo. Estuve preguntándome ¿cómo llegamos a diseñar el proceso propio de escritura?
Están los que van a talleres porque buscan cómo ejercitarse, guiados, estimulados, siendo dotados de una serie de herramientas y en fin, unos lo asimilan, por lo que he leído, como algo más o menos vitalizador, otros sólo adquieren más soltura, pero se pierden luego... Otros nada. Como si se tratara de maneras de perder el tiempo. Quién sabe...

Y me fui por la idea del taller, porque creo que las recetas sobre cómo escribir no son infalibles. Talento, lo pueden tener muchos. Posiblemente, el punto va por el interés que uno tiene por escribir, disponga o no de un tiempo para ello. O bueno, uno ve cómo extraerle tiempo al tiempo, aunque te quedes con unas ojeras profundas.

Lo que noto aquí es que estás escribiendo, tienes un proyecto, lo estás acometiendo. Te estás entregando a tu proyecto y meditas en voz alta aquí.

Por mi parte, agradezco hayas aparecido. Me voy para regresar.